Vamos
a iniciar una serie de colaboraciones de personas que se han interesado en
la tematica del blog y quieren aportar su granito de arena al tema.
Hoy le damos la bienvenida a la Licenciada Dora Giovagnoli. Este es su texto:
¿Ser madre, o no serlo?… Esa es la pregunta.
En 1934 Federico García Lorca (1898-1936),
poeta español, escribió” Yerma”[i].
Una obra teatral de carácter trágico, donde narra la triste existencia de una
protagonista angustiada hasta la locura por no poder ser madre.
En los diálogos con otras mujeres de su
comunidad se dejan vislumbrar las pautas de una sociedad cuyo mandato para la
hembra es el ser madre y aquella que no lo fuera queda al costado de su tiempo.
“MUCHACHA
2. De todos modos, tú y yo, con no tenerlos, vivimos más tranquilas.
YERMA.
Yo, no.
MUCHACHA
2 Yo, sí. ¡Qué afán! En cambio mi madre no hace más que darme yerbajos para que
los tenga y en octubre iremos al Santo que dicen que los da a la que lo pide
con ansia. Mi madre pedirá. Yo, no.
YERMA.
¿Por qué te has casado?
MUCHACHA
2. Porque me han casado. Se casan todas. Si seguimos así, no va a haber
solteras más que las niñas. Bueno, y además..., una se casa en realidad mucho
antes de ir a la iglesia. Pero las viejas se empeñan en todas estas cosas. Yo
tengo diecinueve años y no me gusta guisar, ni lavar. Bueno, pues todo el día
he de estar haciendo lo que no me gusta. ¿Y para qué? ¿Qué necesidad tiene mi
marido de ser mi marido? Porque lo mismo hacíamos de novios que ahora.
Tonterías de los viejos.
YERMA.
Calla, no digas esas cosas.
MUCHACHA 2. También tú me dirás loca. « ¡La
loca, la loca!» (Reír).”
Este extracto, del primer acto de la pieza
teatral, no hace más que simbolizar lo que aún hoy día, Siglo XXI, no deja de
ser la presión a la que las mujeres se ven sometidas una y otra vez, y no sólo
por su entorno familiar, sino también por la palabra médica.
Ginecólogos que advierten, a jóvenes de
treinta años, -“¿pensaste en ser madre? El reloj biológico corre…”-
En mi quehacer terapéutico no son pocas las
consultas que recibo al respecto. “¿Tendría que pensar en tener hijos ahora?”,
“el ginecólogo me advirtió que después de los treinta y cinco años se hace más
dificultoso”, “sube el riesgo de tener hijos con problemas y de tener embarazos
de alto riesgo”.
Por otro lado, las páginas de los diarios o
revistas de difusión pública, nos informan acerca de madres de sesenta y cinco
años que tienen mellizos o trillizos, por fecundación asistida. Parejas que
alquilan vientres para llevar adelante la tan ansiada maternidad/paternidad,
etc., etc. Contradicciones de tener “la
biblia junto al calefón”, parafraseando el tango de Santos Discépolo “Cambalache”.
Pero poco se habla de la mujer que “decide
no tener hijos”. Como si no fuera una
postura digna de respetar en una cultura que conlleva la presión de la
maternidad como única realización del “ser mujer”.
“¡María!
¿Por qué pasas tan deprisa por mi puerta?
MARÍA.
(Entra con un niño en brazos.) Cuando voy con el niño, lo hago... ¡Como siempre
lloras!...
YERMA.
Tienes razón. (Coge al niño y se sienta.)
MARÍA.
Me da tristeza que tengas envidia. (Se sienta.)
YERMA.
No es envidia lo que tengo; es pobreza.
MARÍA.
No te quejes.
YERMA. ¡Cómo no me voy a quejar cuando te
veo a ti y a las otras mujeres llenas por dentro de flores, y viéndome yo
inútil en medio de tanta hermosura!”
Esa misma “pobreza” de la que habla Yerma
en este acto de la pieza teatral es la que se percibe en el discurso de mujeres
que no han podido acceder a la maternidad por diferentes razones, sea por no
tener pareja estable, sea por no haber podido hacer un tratamiento exitoso de
fertilización.
Como si sus vidas no fueran, más allá del
deseo de la maternidad.
Frente a estas mujeres suelen haber hombres
que no parecieran estar ansiosos de convertirse en padres, o sea, la presión no
siempre proviene de su cónyuge, y sí, muchas veces rige como mandato social
internalizado de generación en generación.
Pero ¿qué ocurre con la mujer que decide no
tener hijos?
Muchas veces se calla, no lo dice, ni
siquiera en sesión terapéutica. Como si fuera una decisión atravesada por los
mandatos ancestrales del rol de la mujer como madre, que no le permitieran
expresarse a viva voz.
Aquellas que han comenzado tratamientos de
fertilización asistida sin éxito, saben los pormenores de ser tratadas como un
gran óvulo pronto a fecundar. Se someten
a sesiones interminables de estudios costosísimos en precio y padecimiento
psíquico y físico.
El discurso médico atraviesa las sábanas y
hay posiciones que facilitan la llegada del espermatozoide al óvulo, días más
fértiles, horas más propensas, temperatura corporal facilitadora, etc. La cama de esa pareja se transforma en una
prueba de laboratorio cuyo único objetivo es lograr la “tan ansiada
fertilización” para desembocar en una maternidad pública que deja de pertenecer
a la pareja para transformarse en un espacio médico, familiar y social. El
objetivo último es que la mujer ceda lugar a la madre, sin cuestionarse todo lo
vivido anteriormente. Como si cuánto mayor fuera el sacrificio, mejor madres
serían.
¿Y del hombre? ¿Cuánta presión social recae
sobre el hombre para ser padre?
“JUAN. Por cosas que a mí no me importan. ¿Lo oyes? Que a mí no me
importan. Ya es necesario que te lo diga. A mí me importa lo que tengo entre
las manos. Lo que veo por mis ojos.
YERMA. (Incorporándose de rodillas, desesperada.) Así, así. Eso es
lo que yo quería oír de tus labios. No se siente la verdad cuando está dentro
de una misma, pero ¡qué grande y cómo grita cuando se pone fuera y levanta los
brazos! ¡No le importa! ¡Ya lo he oído!
JUAN. (Acercándose.) Piensa que tenía que pasar así. Óyeme. (La
abraza para incorporarla.) Muchas mujeres serían felices de llevar tu vida. Sin
hijos es la vida más dulce. Yo soy feliz no teniéndolos. No tenemos culpa
ninguna.
YERMA. ¿Y qué buscabas en mí?
JUAN. A ti misma.
YERMA. (Excitada.) ¡Eso! Buscabas la casa, la tranquilidad y una
mujer. Pero nada más. ¿Es verdad lo que digo?
JUAN. Es verdad. Como todos.
YERMA. ¿Y lo demás? ¿Y tú hijo?
JUAN. (Fuerte) ¡No oyes que no me importa! ¡No me preguntes más!
¡Qué te lo tengo que gritar al oído para que lo sepas, a ver si de una vez
vives ya tranquila!
YERMA. ¿Y nunca has pensado en él cuando me has visto desearlo?
JUAN. Nunca. (Están los dos en el suelo)
YERMA. ¿Y no podré esperarlo?
JUAN No.
YERMA. ¿Ni tú?
JUAN. Ni yo tampoco. ¡Resígnate!
YERMA. ¡Marchita!
JUAN. Y a vivir en paz. Uno y otro, con suavidad, con agrado.
¡Abrázame! (La abraza.)
YERMA. ¿Qué buscas?
JUAN. A ti te busco. Con la luna estás hermosa
YERMA. Me buscas como cuando te quieres comer una paloma.
JUAN. Bésame... así.
YERMA. Eso nunca. Nunca. (Yerma da un grito
y aprieta la garganta de su esposo. Éste cae hacia atrás. Yerma le aprieta la
garganta hasta matarle. Empieza el Coro de la romería). Marchita, marchita,
pero segura. Ahora sí que lo sé de cierto. Y sola. (Se levanta. Empieza a
llegar gente.) Voy a descansar sin despertarme sobresaltada, para ver si la
sangre me anuncia otra sangre nueva. Con el cuerpo seco para siempre. ¿Qué
queréis saber? No os acerquéis, porque he matado a mi hijo. ¡Yo misma he matado
a mi hijo!”
En este final trágico de “Yerma” puede
verse el sentir del hombre frente a la paternidad. El hombre busca compañera,
yunta para trotar por la vida, la mujer, en cambio, busca un hijo del hombre
que tiene a su lado, que elige para procrear. No se permite armar pareja
únicamente, sólo se puede proyectar en familia.
Esta es la presión ancestral sobre la
descendencia. La mujer debe ser madre
para ser. El hombre le basta con tener mujer.
En esa contradicción permanente muchas
mujeres terminan separándose de sus parejas únicamente por presión social: “no
quería tener hijos”, “él tiene más tiempo que yo para ser padre, a mí me corre
el reloj biológico”, “me dijo el ginecólogo que congele mis óvulos ahora, no
tengo demasiado tiempo por delante”, “no quisiera ser madre soltera, me
gustaría conocer un hombre y armar una familia”. Todos discursos atravesados
por la presión social, antes en boca de abuelas y madres, ahora en boca de
ginecólogos que con total liviandad, ejercen su rol más allá de la mujer que
tienen adelante, únicamente respondiendo a una biología que deja de lado la
psicología de esa persona llamada mujer.
En una sociedad que ha permitido el
casamiento igualitario, que contempla la posibilidad de otros modos de
construir la identidad sexual, que se permite adentrarse en la transexualidad,
en el travestismo, no se permite cuestionar la decisión de ser o no ser madre,
como una nueva construcción.
Es
más, las nuevas construcciones de identidad sexual reeditan el mandato buscando
novedosas maneras de llegar a la maternidad.
Ya no se “es mujer”, se puede “ser travesti”, se puede “ser transexual”,
pero siempre se termina “queriendo ser madre”.
Desde el encuadre terapéutico he aprendido
a escuchar a muchas mujeres que no pueden decirse a sí mismas, “yo no quiero
ser madre”, como si no hubiera posibilidad a sentirse habilitadas a gritarlo a
los cuatro vientos. Como si
estructurarse en mujer fuera igual a ser madre.
Mujeres que no se cuestionan su identidad
sexual, mujeres heterosexuales que sí se cuestionan no querer ser madres, como
si fuera romper con ese mandato inconsciente que las atraviesa desde lo
ancestral.
Ser mujer y ser madre son dos constructos
diferentes.
El Siglo XXI ha llegado para desligarlo
para siempre.
Dora María Giovagnoli
Licenciada en Psicología
Licenciada en Psicología
Junio-2015
[i] Yerma-Federico García Lorca- Texto extraído en PDF de Internet, sin
referencia a Editorial ni números de páginas.2015